¡QUE
ALGUIEN ME EXPLIQUE!
Habrá que
observar de cerca, no solo a Claudia Sheinbaum, sino a cada uno de los
candidatos, para ver si no les brota por ahí ese rostro autoritario,
autosuficiente y soberbio. Es peligroso pasar por alto “el verdadero yo”
POR RAMÓN
ALBERTO GARZA
Luis
Echeverría Álvarez siempre fue un servidor público rodeado de misterio. De
pocas palabras, solía ser un muy eficiente operador político para Gustavo Díaz
Ordaz, quien le dio la gran oportunidad que lo colocaría en 1970 como
presidente de México.
En 1958,
durante el gobierno de Adolfo López Mateos, Echeverría despachó como
subsecretario de Gobernación cuando el secretario era Gustavo Díaz Ordaz.
Echeverría
y Fernando Gutiérrez Barrios fueron dos personajes clave para lograr que el
secretario Díaz Ordaz se quedara en 1964 con la candidatura presidencial del
PRI. Ya presidente, Díaz Ordaz recompensó a Echeverría con la Secretaría de
Gobernación.
Parco en
su actuar, siempre con su rostro de jugador de póker, sin una sonrisa,
Echeverría acabó tragándose todos los sapos y las culebras políticas
-incluyendo la trágica Noche de Tlatelolco en 1968- para salvarle cara a su
jefe de Palacio Nacional.
Y volvió a
ser recompensado por Díaz Ordaz, quien le entregó la candidatura presidencial
en una decisión por demás controvertida. Sobraban los que le decían a don
Gustavo que, debajo de ese rostro obsequioso de piedra, se escondía un
autócrata que en la primera oportunidad lo iba a desconocer como su padre
político.
Alfonso
Martínez Domínguez, quien era el presidente nacional del PRI cuando se tomó la
decisión de que el candidato fuera Echeverría, fue hasta el despacho de Díaz
Ordaz para cuestionarle la decisión.