Por:
Sanjuana Martínez
San Juan Pablo II |
Los
violadores, pederastas, abusadores, efebófilos, pedófilos, obsesos y
depredadores sexuales, ya tienen a quien encomendarse: San Juan Pablo II.
Ya
pueden encenderle veladoras al Santo protector de los pederastas, también
rezarle para que les permita seguir violando niños, acosando menores de edad,
deseando efebos y pedirle que nunca sean alcanzados por la justicia de los
hombres.
Karol
Wojtyla (1920-2005) representa entre otras cosas, el encubrimiento a cientos de
sacerdotes pederastas que abusaron durante años a miles de niños.
Representa la
indolencia, el hombre que prefirió mantenerlos en su ministerio a pesar del
efecto demoledor que iban dejando con sus execrables crímenes. Representa la
omertá, la ley del silencio, el candado mafioso de quienes defienden el “buen
nombre de la Iglesia” por sobre todas las cosas.
San Juan
Pablo II, el Grande, el Papa Santo, cometió el pecado de omisión durante años,
un pecado que ante la justicia de los hombres, es también un delito. En la
vida, obra y santidad de Karol Wojtyla hay una faceta negra, oscura, cubierta
de crímenes sexuales.
Las
víctimas le escribieron decenas de cartas, ofreciéndole todos los datos de
cientos de curas pederastas, algunos casos paradigmáticos como el de Marcial
Maciel, el estadounidense Bernard Law o el irlandés Oliver O’Grady, todos ellos
obtuvieron retiros dorados gracias a la Santa Sede. San Juan Pablo II, defendió
el sistema del último estado teocrático de Occidente.
Y exigió
obediencia ciega a sacerdotes, obispos y cardenales para esconder de manera
sistemática a los abusadores sexuales con sotana, removiéndolos de parroquia en
parroquia, de estado a estado y de país a país, para evadir la acción de la
justicia y a su vez, el pago de millones de dólares en concepto de
compensaciones que iban dejando en la ruina a poderosas Diócesis como la de
Estados Unidos.
Por la
razón más antigua del mundo: el dinero, prefirió sostener a los curas
pederastas, considerándolos ovejas descarriadas o pecadores.
Fundó decenas de
“clínicas” en el mundo para curar su “enfermedad” a base de evangelio,
ejercicio y retiros espirituales en SPA’s de lujo, para luego soltar la cadena
a sus pastores, para que siguieran devorando corderos en sus nuevos destinos.
San Juan Pablo II, traicionó antes y ahora su deber con las víctimas a quienes
sencillamente prefirió ignorar, lanzarlas al ostracismo, enviarlas al limbo del
silencio.
Creyó
que siendo indiferente a su profundo dolor lograría mantener en secreto miles
de crímenes. Pero se equivocó. Fue denunciado por crímenes de lesa humanidad y
aunque la justicia de los hombres no lo alcanzó, como tampoco alcanzó a sus
curas pederastas protegidos, San Juan Pablo II, es un criminal de lesa
humanidad, un criminal internacional impune.
El
Vaticano puede seguir mirando hacia otra parte, fingiendo demencia, ignorando a
las miles de víctimas afectadas por el Santo Protector de los Pederastas, pero
la historia se encargará de colocar a cada quien en su sitio. La operación de
marketing basada en una dudosa campaña de supuestos milagros no logrará acallar
las voces de quienes padecieron su desprecio.
La memoria histórica, esa que
algunos periodistas más papistas que el Papa quieren olvidar, nos recuerda como
fue Karol Wojtyla capaz de darle la mano ensangrentada a dictadores como
Augusto Pinochet, igualmente señalados por crímenes de lesa humanidad o como
fue capaz de tolerar el escándalo del Banco
Ambrosiano por lavado de dinero,
fraude y vinculación con la mafia y también como fue capaz de perseguir a
grandes teólogos como
Leonardo
Boff, Samuel Ruiz, Häns Küng o Gustavo Gutiérrez.
Pongamos las cosas en su
sitio. Y esto va dirigido a todos los católicos, los fundamentalistas que
prefieren ponerse una venda en los ojos y los más realistas que han logrado
derribar sus atavismos. Olvidemos por un momento toda la parafernalia de las
televisiones transmitiendo en vivo desde el Vaticano el boato dedicado al nuevo
Santo polaco. Pensemos en los cientos de pruebas que demuestran como San Juan
Pablo II sabía del caso Marcial Maciel y de los casos de pederastia en Estados
Unidos.
Hasta su
propio portavoz, Joaquín Navarro Valls, lo ha reconocido, claro, exculpándolo,
señalando que el pobre no “entendió la magnitud” de los crímenes. Es imposible
creer que un hombre tan inteligente como Wojtyla no entendiera esa magnitud de
los hechos.
Las
víctimas no lo creen y son contundentes en su opinión al oponerse a la
santificación de un encubridor de pederastas: “Permitir que abusadores sexuales
continúen no es algo muy santo”, dice Bárbara Blaine, fundadora y presidenta de
la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales de Sacerdotes (SNAP por sus siglas
en inglés). Esta vez, la fábrica de hacer santos del Vaticano se equivocó,
aunque seguramente San Juan Pablo II ya tiene miles de seguidores, en especial,
los criminales sexuales.
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